La rosácea es una enfermedad inflamatoria de la piel de la cara, especialmente de la zona de las mejillas y la nariz.
Su presentación es muy variada: puede ir desde una rojez ocasional a una dilatación vascular permanente (telangiectasias), aparición de granos (papulopústulas) más o menos inflamados y hasta incluso formas fimatosas (hipertróficas, con aumento de las glándulas sebáceas).
A diferencia del acné, no tiene comedones. Tampoco es infecciosa ni contagiosa.
Es más típica en gente de piel clara por eso se le llama “el mal de los celtas”, aunque se da en todos los fototipos.
La causa es multifactorial, existiendo una predisposición genética que permite el círculo vicioso de la inflamación.
Las pieles con tendencia al enrojecimiento tienen mayor riego sanguíneo facial, esto trae un mayor número nutrientes a la piel de la cara que favorece el sobrecrecimiento del ácaro Demodex. Este parásito bien alimentado y una piel bien irrigada facilitan un mayor reclutamiento de señales proinflamatorias y células de las defensas que dan lugar a los dichosos granos y que a su vez llegue también más sangre, dilatando aún más los vasos y continuando este bucle sin fin de la enfermedad.
¿Qué puede hacer para no empeorar la rosácea? Evitar todo aquello que hace que “me suban los calores” a la cara: la exposición solar, la comida picante, beber alcohol, cambios de temperatura bruscos, ciertos fármacos (como corticoides tópicos), algunos cosméticos, etc.
Para tratarla debemos atacar a los distintos puntos del círculo vicioso.
- Con antiinflamatorios: tópicos u orales (antibióticos, inhibidores de la calcineurina, retinoides…)
- Con antiparasitarios (ivermectina)
- Eliminando la dilatación vascular (mediante láser vascular o luz pulsada)
Dar con la combinación perfecta en cada paciente requiere cierto arte y paciencia, pero se consigue.